Resplandeció en aquel día la capilla del Seminario, pero en el alma de Brochero había más brillantes fulgores. Todo se ordenaba a lo que tantas veces, en el íntimo recogimiento de una plegaria que iba a los cielos, había pedido fervorosamente. Él conocedor del rostro ensombrecido de la miseria, sería sacerdote, no solamente para ir sembrando en las almas la virtud, la caridad y la fe, sino también para suavizar el dolor de la necesidad, dando el óbolo sin ostentación, con la humildad más pura.
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