Queremos saber y este deseo de saber es la expresión de una de las inquietudes más arraigada en el ser humano. La transparencia nos permite, literalmente, trascender, ir más allá del cristal, sobrepasar un límite, cruzar una frontera, mientras que la opacidad no nos abre el campo de visión, no nos permite entrever mínimamente algo de lo que hay más allá. Anhelamos la transparencia, pero no somos conscientes de los problemas que se pueden derivar de la cultura global de la transparencia. ¿Realmente queremos saberlo todo? ¿Ciertamente estamos capacitados para digerirlo? ¿Podremos soportar las montañas de basura que se acumulan en los desvanes de las instituciones? ¿Los secretos de familia guardados desde la infancia? ¿Las trampas e hipocresías de los que supuestamente nos quieren? ¿Tendremos estómago para poderlas digerir? ¿Estaremos dispuestos a ver cómo se hunden los grandes mitos de la honestidad? ¿Cuánta transparencia puede llegar a digerir el estómago social? ¿Cuánta dosis de realismo podemos tragar para vivir y cuánta dosis de idealismo necesitamos para construir horizontes?
Saber decir no puede llegar a ser una fuerza liberadora. Pero ¿cómo podemos hacerlo sin sentirnos culpables o sin perjudicar las relaciones con las personas que tenemos en estima? ¿Cómo podemos discernir a qué hay que decir que sí y a qué hay que decir que no? Este un proceso que requiere aprendizaje y práctica, pero, según Francesc Torralba, es un arte que hay que reivindicar.
La madurez como punto álgido de la vida, como el momento de entregarse generosamente.
Francesc Torralba explora, con una prosa meditada y rica en metáforas, el universo en el que ingresa la persona adulta y reflexiona sobre las profundas paradojas a las que se ve sometido. Por un lado, los hijos que antes le necesitaban, en su juventud, dejan de hacerlo. Por otro, sus padres, ya ancianos, son cada día más dependientes, mientras su vida se escurre. Y en el centro, la persona adulta, con sus anhelos y deseos. 'Elogio de la madurez' defiende que la persona que ingresa en la madurez puede vivir su existencia como una época de máximo esplendor y realización, a pesar de los sueños truncados que arrastra.
Todo lo que parecía sólido se desvanece. El mundo político, social, económico, religioso y cultural se deshace, pero lo que emerge es informe, caótico, difícil de precisar; justamente, porque está emergiendo. Los valores tradicionales se descomponen, las creencias que habían sustentado a nuestros antepasados en los momentos críticos de sus vidas se desvanecen y la estructura social muta hacia formas desconocidas. Lo mismo ocurre con los ideales y certidumbres políticas, sociales, culturales y religiosas. Sin embargo, necesitamos mapas o cartografías culturales para orientarnos, para saber dónde estamos y qué es lo que está pasando; porque solo conociendo el escenario puede determinarse uno a sí mismo y comprender su lugar en el mundo y su rol en la sociedad. Este es el fin que mueve este atinado texto: diagnosticar el humus cultural y social de nuestro tiempo.
En un universo tan volátil como el nuestro, cobra aún más sentido preguntarnos cómo es posible alcanzar la serenidad o la fuente interior para albergar una mínima tranquilidad anímica y sobrevivir en la era de la incertidumbre.